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El Humanismo Solidario en «Cartas a un amigo alemán», de Albert Camus

jose sarria cartas a un amigo alemán

Autor: José Sarria (Universidad de Málaga)

Humanismo Solidario en «Carta a un amigo alemán», de Albert Camus

José Sarria, secretario general de Humanismo Solidario, escritor, crítico literario y economista, reflexiona acerca de la obra «Cartas a un amigo alemán», de Albert Camús, y su relación con la corriente de pensamiento de Humanismo Solidario.

Rolan Barthes escribió, después de la Segunda Guerra Mundial, que «el mundo de Camus es un mundo de amigos, no de militantes», refiriéndose a su novela La peste, debe hallársela en el sentimiento de solidaridad y de participación». De todos es conocido el enfrentamiento que mantuvieron, durante años, Sartre y sus acólitos frente a Camus, al considerar aquellos que este les había traicionado al abandonar el mesianismo existencialista y los postulados de militancia activa a la se llamaba desde las páginas de la revista «Temps Modernes». Pero, ¿qué ocurrió para que en Camus se experimentase un cambio de posición intelectual o filosófica?

Efectivamente es en el periodo que media entre 1942 a 1948 cuando Camus va a advertir una transformación regeneracionista en su pensamiento que culminará con uno de sus textos más interesantes y menos conocidos: Cartas a un amigo alemán (1948). Tras la contienda belicista Camus rescata e incorpora a su discurso filosófico y creativo palabras que redimensionan los textos: solidaridad, participación, fraternidad, reconciliación y vindicación del hombre. Las cuatro cartas son escritas entre julio de 1943 y julio de 1944. La primera es publicada en el número dos de La Revue Libre, en 1943; la segunda en el número tres de los Cahiers de Libération, a comienzos de 1944, mientras que la tercera y cuarta permanecieron inéditas hasta su publicación en forma de libro después de la «Liberación».

No hay que olvidar en este análisis que los orígenes de Camus son humildes y que su infancia se vincula a sus experiencias en la Argelia francesa, en el orenasado, donde la pobreza familiar se entremezcla con la interculturalidad vivida en su adolescencia, junto a las vicisitudes de unas raíces inciertas entre árabes independentista y colonos europeos que le hacen ser testigo del enfrentamiento racial y cultural y que conformará un magma vivencial imprescindible para el desarrollo de su pensamiento posterior. Tras su «huida» a la metrópolis Camus ha vivido inmerso en la que podríamos denominar «época del absurdo» (1940-1947), durante la que proclama abiertamente el absoluto sin sentido de la vida, planteado en las obras El extranjero o El mito de Sísifo, en donde se expresa, es todo cuanto puede decirse. …/… El absurdo depende tanto del hombre como del mundo, es por el momento su único lazo», para comprobar posteriormente, con motivo de la Segunda Guerra Mundial, una profunda experiencia interior con los estragos de la contienda que le harán replantearse su base ideológica o filosófica del absurdo, tal y como se recoge en este fragmento de la cuarta carta:

«Durante mucho tiempo hemos creído ambos que este mundo no tenía una razón superior y que estábamos frustrados. Todavía lo creo en cierto modo. Pero he extraído conclusiones distintas de las que usted me argumentaba entonces; conclusiones que, desde hace tantos años, intentan ustedes hacer entrar en la Historia. Pienso hoy que si le hubiera seguido realmente en lo que piensa usted, debería darle la razón en lo que hace. Y eso es tan grave que me veo obligado a detenerme en ello, en el corazón de esta noche de verano tan cargada de promesas para nosotros y de amenazas para ustedes.

Nunca he creído usted en el sentido de este mundo y de ello ha extraído la idea de que todo era equivalente y de que el bien y el mal se definían a nuestro antojo. Suponía que, en ausencia de toda moral humana o divina, los únicos valores eran los que regían el mundo animal, o sea, la violencia y la astucia. De ello concluía que el hombre no era nada y que podía matársele el alma, que en las más insensata de las historias, la labor de un individuo no podía ser sino la aventura del poder, y su moral, el realismo de las conquistas. Y a decir verdad, a mí, que creía pensar como usted, no se me ocurrían argumentos que oponerle, como no fuera un profundo amor a la justicia que, en definitiva, me parecía tan poco racional como la más súbita de las pasiones».

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