Por Stanislaw (Stan) Strasburger
Granada, Sala de conferencias, La Facultad de Derecho UGR, 30 de enero de 2024
Me siento muy honrado de haber contribuido a esta magnífica antología, «La ética de la esperanza» y lo digo no solo por cortesía ni para expresar mi agradecimiento a sus editores (lo cual merece todo el reconocimiento), sino también por mí mismo: cada vez que tengo la oportunidad de intervenir en una presentación de dicha antología, me siento inspirado a reflexionar nuevamente sobre lo que significa la esperanza en este momento de mi vida.
Una vez más, el pasado verano en Málaga, hablé sobre el imaginario colectivo en la Europa actual. Hoy me enfoco en el tema de la justicia y el pueblo.
Permítanme referirme a mi pasado familiar. Mi padre nació en marzo de 1944 en la ciudad de Varsovia, ocupada por los nazis de Hitler y sus aliados. En junio del mismo año, los padres de mi padre decidieron separarse durante las vacaciones. Mi abuela tomó a mi padre bebé y salió de la ciudad, con la esperanza de que mi abuelo se reuniría con ellos en los primeros días de agosto.
Sin embargo, el 1 de agosto comenzó el denominado Levantamiento de Varsovia de 1944. La intención de los comandantes militares y los líderes políticos polacos era liberar la capital del país antes de que fuera tomada por las tropas soviéticas que se acercaban desde el oeste.
Los primeros actos estratégicos de los nazis frente al levantamiento no fueron sorpresa alguna. Rodearon la ciudad y aterrorizaron a la población. Pronto, no solo los combatientes, sino toda la población civil se encontró siendo rehén de una guerra impensablemente cruel. Después de dos meses de lucha calle por calle y edificio por edificio, los guerrilleros polacos se rindieron ante los nazis.
La derrota resultó en la despoblación total de la ciudad. Aquellos que no fueron asesinados en las numerosas masacres terminaron en campos de concentración. Es innecesario decir que la esperanza de mi abuela de reunirse con su marido se desvaneció para siempre. Mi abuelo nunca regresó de la cautividad. De hecho, mi padre nunca conoció a su padre.
Si hoy en día reflexiono sobre estas experiencias en términos de justicia y pueblo, dos aspectos captan mi atención.
Primero: Sin duda alguna, la causa de los clandestinos, es decir, los legítimos líderes políticos y militares polacos, habría sido justa. El pueblo ocupado tiene todo el derecho de levantarse contra un enemigo cruel.
Segundo: Por otro lado, tomar como rehenes a toda la población de la ciudad, sin darle ninguna posibilidad de elegir si la lucha vale la pena arriesgar su vida y la de sus seres queridos, me parece profundamente injusto.
Las analogías con la situación de Gaza y la guerra en Ucrania parecen evidentes. Además, el reciente discurso de los gobiernos de varios países de la OTAN sobre la urgencia de «educar» al pueblo europeo para la guerra. El ministro de defensa alemán, así como los líderes políticos del nuevo gobierno de Polonia, lo dejan muy claro: ya esperamos una guerra con Rusia y nuestra obligación sería «motivar» a nuestros pueblos para que maten y mueran por ella.
Dejo para otra ocasión la pregunta de si Rusia busca una guerra con la OTAN. Avanzando con la ética de la esperanza en el sentido del humanismo solidario, lo único que me parece justo es permitir que cada uno de nosotros tome decisiones por sí mismo: ya sea luchar y arriesgar su vida, o salvarse, ya sea escapando de un enemigo.
Hace muchos años que desarrollo la idea de la EUtopía. En contra de la utopía, que significa un lugar que no existe, la EUtopía cuenta con el «EU» por Europa y con el mismo «eu» como un prefijo griego que significa «lo bueno». Junto con «topos», la EUtopía forma «un buen lugar».
Con relación a la justicia y el pueblo, la EUtopía recordaría a los políticos y los militares que deben respetar los deseos de su pueblo. Cada uno de nosotros debería plantear su propia esperanza donde desee, sin la obligación de encontrarse un día como un rehén de la guerra. Puesto que, como dijo Carl Sandburg, un poeta estadounidense: «A veces van a dar una guerra y nadie vendrá».
En este sentido, comparto la esperanza de la EUtopía con todos ustedes a través de esta antología. Los invito a leerla y permitan que les inspire.