Autor: José Olivero Palomeque
Isaac Asimov frente al Transhumanismo
Isaac Asimov fue un hombre de alto contenido humanista y a la vez racionalista de quien se puede escribir desde cualquier momento de su vida. Aunque se trate de un escritor incluido, en gran medida, en el género de ciencia ficción, los filósofos, científicos e ingenieros de Inteligencia Artificial y de la Robótica posteriores a él coinciden en muchos de sus planteamientos de ideas avanzadas, recogidos en su prolífica obra literaria; un ejemplo de ello son las predicciones que este hombre escribió, a petición del periódico canadiense The Toronto Star sobre el futuro que definió para el año 2019, a partir de 1984. Curiosamente, la fecha de una novela, cargada de distopía, escrita por George Orwell y titulada “1984”. Hay que reconocer que Asimov ha sido uno de los mayores divulgadores científicos del siglo XX. Su visión de futuro próximo en el mundo, que él pretendía dar a conocer con sus predicciones, incluía los riesgos de una guerra nuclear, basados en las tensiones existentes en aquellas fechas entre Estados Unidos y la Unión Soviética; profetizó el dominio generalizado de la informatización y la robotización en todos los niveles de la sociedad; adelantó la realidad de una población en constante crecimiento, pero, a la vez, de estancamiento, sobre todo en los países desarrollados; avanzó los problemas que surgirían a causa del cambio climático y el reciclaje de los desechos; afirmó que habría una mayor cooperación entre países y grupos de países; anunció la odisea de la conquista del espacio… Todas estas predicciones y otras más que no incluyo aquí, se fueron cumpliendo en gran medida; sin embargo, se atrevió a anunciar que todo esto sería sólo el comienzo de otros avances tecnológicos que iban a cambiar el sentido de la vida. Y todo ello se ve reflejado en el contenido de su obra literaria, referida a esas transformaciones que conducirían a otro concepto de humanidad, a la aparición de otra especie que sustituiría y superaría al Homosapiens que somos nosotros.
Ese es el interés de mi reflexión para escribir sobre las coincidencias de Isaac Asimov con las aportaciones de filósofos y científicos en lo que se viene denominando “Transhumanismo”. Concretamente me centraré en su narración “El hombre bicentenario” y su obra “Yo robot”. Trataré de relacionar contenidos del pensamiento de Asimov con lo desarrollado en la obra del autor israelí Yuval Noah Harari, “Homo Deus”, y el trabajo del español Antonio Diéguez en su publicación “Transhumanismo. La búsqueda tecnológica del mejoramiento humano”. Vemos cómo Asimov se adelantó en el tiempo con su línea de pensamiento científico y filosófico que pretende transformar el concepto de ser humano por otro ser de especie diferente. Porque cuando ahora leemos las obras de Asimov, pensamos y descubrimos que ya estamos viviendo, en este siglo XXI, realidades que fueron premonizadas por él; al mismo tiempo, nos hace cuestionar y, por qué no decirlo, temer, que esas transformaciones biológicas se estén orientando hacia comportamientos que llevan implícitas inserciones biotecnológicas, con connotaciones de Inteligencia Artificial, en seres todavía considerados humanos en la línea del homosapiens.
Precisamente, para evitar que se produzca lo que los autores científicos y filosóficos actuales más extremistas quieren implantar, en la concepción de ese nuevo ser, amparándose en el concepto de tranhumanismo, incluso más allá de este pensamiento, Asimov profetizó y, por eso mismo, estableció como premisas, recogidas persistentemente en toda su obra, sus famosas y reconocidas tres Leyes de la Robótica:
1. “Un robot no debe dañar a ningún ser humano ni, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.
2. Un robot debe obedecer las órdenes que le sean dadas por un ser humano, salvo cuando dichas órdenes contravengan la Primera Ley.
3. Un robot debe proteger su propia existencia, siempre y cuando dicha protección no contravenga ni la Primera ni la Segunda Ley.”
Para desarrollar el proceso evolutivo de humanización de los personajes robotizados que Asimov incorpora en su obra “Yo, Robot”, vemos que el autor establece pautas de mejoramiento progresivo en sus “máquinas humanizadas”. Sutilmente, esta idea va en la línea que Antonio Diéguez desarrolla en su obra ya mencionada en su búsqueda tecnológica del mejoramiento humano. Sin embargo, aquí podemos establecer claramente las diferencias de fondo que hay entre lo expuesto por cada uno de ellos en sus trabajos. Diéguez parte de un mejoramiento del homosapiens con la implantación de elementos que proporcionan las nuevas tecnologías al servicio del ser humano y por ende la Inteligencia Artificial, ya sea para prolongar la vida o para corregir defectos evolutivos de nuestra especie; Asimov parte del mejoramiento de un robot para llevarlo hasta su humanización. Para ello, inserta sus cerebros positrónicos, un globo esponjoso de platino-iridio, como el centro de acción y decisión del robot, cada vez con más inteligencia y autonomía. Da por hecho que estos nuevos actores no arrastran esos defectos evolutivos del homosapiens.
Posiblemente, el temor que pudiera vislumbrar Asimov sobre los riesgos de eliminación de nuestra especie humana se vea reflejado en la evolución de los personajes desarrollado en sus narraciones.
Comienza con Robbie, un robot sin capacidad para vocalizar pero que hace funciones de niñera; llega a hacerse imprescindible para la familia que lo tiene en propiedad. La empatía entre el robot y la niña va adquiriendo rasgos de relación humana, al igual que sus reacciones.
Después incorpora otro robot, llamado Speedy, que se encuentra en Mercurio (integra la conquista de otros planetas) para buscar y extraer selenio; puede hablar aunque sea de manera rudimentaria y trabajar con bastante autonomía.
Los procesos de mejora siguen con la construcción de Qt-1 “Cutie” que se ocupará de trabajar en una estación solar para dirigir haces de energía entre planetas, una especie de transformador, manipulando una fuente de radiaciones solares y tempestades de electrones. Aquí ya aparece una respuesta de confrontación, por la competencia, entre la máquina y los técnicos humanos. El cerebro positrónico ha sido mejorado en la línea de humanización del robot. En esta máquina llega, incluso a vislumbrarse, una dependencia hacia un ser supremo, porque siente y dice que obedece al “Señor”.
Los procesos de creación robótica siguen con la presencia de una nueva máquina más perfeccionada, Robot Dv-5 que tiene a su cargo un grupo de robots para trabajar en la minería en los asteroides.
Pero Asimov no cesa en su búsqueda de acercamiento a esa humanización de sus creaciones robóticas y nace Rb-34, un robot que puede sincronizarse con las ondas de pensamiento humano.
Después será Nestors-10 a quien le han modificado en su cerebro los contenidos de la Primera Ley que Asimov consideraba intocable. Aquí se percibe claramente la intervención de radicales fundamentalistas en la creación robótica y su manipulación; y, cómo no, la presencia de intereses económicos para determinar esas modificaciones a pesar de los riesgos que conllevan. Estas actitudes y propuestas extremistas también se producen hoy en día con los radicales transhumanistas, según señala Antonio Diéguez, que propugnan la eliminación del homosapiens tal como lo conocemos actualmente. Las modificaciones realizadas en el cerebro de Nestor-10 crean un robot capaz de ocultar, con intenciones idénticas a las humanas, situaciones que tratan de engañar, en este caso, a los propios seres humanos.
Las ambiciones tecnológicas conducen, en la obra de Asimov, a la construcción de un Cerebro que es capaz de crear una nave, dirigirla por sí mismo y realizar un viaje interestelar utilizando el “espacio curvo”.
La imaginación de este creador de ciencia ficción no tiene límites. La prueba final se camufla en el personaje llamado Stephen Byerley, un abogado, candidato en unas elecciones a la alcaldía que, en su lucha jurídica por querer demostrar que él es un ser humano, no duda en enfrentarse abiertamente a quienes piensan lo contrario, que es un robot. Lo cierto es que, como consta en el penúltimo capítulo de la obra “Yo, Robot”, “fue un excelente alcalde. Cinco años después fue elegido Organizador Regional. Y cuando la Región de Tierra formó su Federación en 2044, fue nombrado Primer Organizador. Pero por aquel tiempo eran las máquinas las que gobernaban el mundo… En 2052, Byerley ejercía su segundo periodo como Organizador Mundial.”
Termina Asimov esta creación literaria con un conflicto inevitable que conformará la historia de la Humanidad y hacia dónde se dirigirá con la distribución del mundo en cuatro Regiones. Se trata pues del control de la máquina, en oposición al control del hombre. Es la confrontación que hoy, en el siglo XXI, también vivimos, pero a la inversa, que sea el hombre el que controle a la máquina, aunque también aparezcan criterios más extremistas que propugnan puntos de vista contrapuestos.
La línea de investigación y desarrollo que Asimov pretende llevar a cabo, para mostrar que es posible eternizar la vida de los seres en este mundo, desde su literatura de ciencia ficción, se percibe muy bien en su narración con la historia de “El hombre bicentenario”. Si nos fijamos bien, es la pretensión más luminosa que también pretenden lograr los defensores del Transhumanismo. Unos sin perder la esencia que define al ser humano y otros que llegan hasta la extinción del mismo como especie. La justificación que presentan para defender estas ideas es la de hacer inmortal al hombre en su máxima expresión; tal vez, también, la intención de potenciar, con mejoras añadidas de elementos biotecnológicos, las cualidades que ya posee el hombre actual o también para evitar enfermedades o defectos genéticos del homosapiens.
Isaac Asimov, en el personaje que introduce en su narrativa con el “Hombre bicentenario”, llamado Andrew, presenta el deseo de lograr esa nueva especie que nace desde la robótica, hasta adquirir todas las bondades de un ser humano. Cada nuevo dispositivo que se le incorpora al robot, aporta nuevas y mejores habilidades en el comportamiento humanizado de Andrew, respetándose en un principio las sendas positrónicas de su cerebro. Llama la atención en su narrativa, cómo los propietarios de este robot van envejeciendo y muriendo mientras que él cada vez muestra mejor aspecto. Uno de los objetivos de los defensores del transhumanismo, según Diéguez, es evitar el envejecimiento. Andrew es alguien con una inteligencia que desarrolla con total autonomía: lee, memoriza, tiene habilidades manuales y artísticas, percibe sentimientos, habla como una persona, comprende y razona y llega a pedir que se le considere como un ser libre, sin amos ni señores que lo consideren de su propiedad. La libertad es un rasgo netamente humano y, sin embargo, es reivindicado por este robot que insiste en que se le reconozca como un ser libre. Para completar la función de “humano”, Andrew pretende y logra que, tocando ya su cerebro positrónico, le sea sustituido íntegramente su cuerpo metálico por otro que lo convierta en un androide idéntico a un ser humano, con un mecanismo cerebral que le produce la muerte como cualquier otro hombre. Hasta ahí llega la mente de Asimov en su idea de crear una nueva especie diferente.
Llama la atención, cómo Asimov, adelantándose en el tiempo, incorpora en esta narración la inserción de elementos biotecnológicos en el propio ser humano, concretamente en Paul, miembro de la familia que hacía más de cien años había adquirido el robot Andrew: “al envejecer, sus deteriorados ojos fueron reemplazados por unas células fotoópticas”. Otro de los personajes, “Alvin Magdescu, Director de Investigación de Robots y Hombres Mecánicos, a sus 94 años, aún vivía porque tenía prótesis que, entre otras cosas, cumplían funciones del hígado y de los riñones”. La ciencia actual ya practica cirugías con estos y otros elementos, no sólo para mejorar la calidad de la vista sino para mejorar cualquier parte de nuestro cuerpo biológico, por lo tanto humano, que sufra deterioro a causa del envejecimiento o de cualquier patología o accidente. Los implantes no tienen límites en las aspiraciones de los transhumanistas. Así lo acreditan Antonio Diéguez y Harari. De esta manera, los cyborgs están presentes en la literatura de Asimov y en el mundo real de nuestros tiempos actuales.
Las coincidencias, pero también los temores, tanto de la imaginación de Asimov como la de los transhumanistas, se centran en mostrar quienes van a controlar y manejar el mundo. Quienes, a fin de cuenta, gobernarán y tomarán las decisiones que rijan el destino de la humanidad. En el “hombre bicentenario”, ya se indica que “la Tierra parecía cada vez más un parque, con una población similar a robots, de los cuales un 30% estaban dotados de un cerebro autónomo”. Y lo mismo que en ese mundo imaginario, los poderes fácticos determinan el rumbo a seguir para controlar el destino del planeta Tierra y de todo el Universo, dominado por las máquinas, en nuestro mundo real de hoy también hay que entender que quienes manejan los hilos de la economía, la política, la ciencia… a nivel mundial, son una minoría muy poderosa con intereses muy oscuros. Son los efectos de una globalización que se ha descontrolado y dirigido por esa minoría. Son demasiado curiosas las coincidencias que descubrimos en esa creación literaria que vive en la mente científica de su creador, Asimov, con las realidades que estamos viviendo en nuestro mundo actual.
Para el mantenimiento de nuestra especie, Harari nos advierte, de manera contundente, que “en las próximas décadas nuevas tecnorreligiones podrían conquistar el mundo prometiendo la salvación mediante algoritmos y genes”… “En Silicon Valley los gurúes de la alta tecnología están elaborando para nosotros religiones valientes y nuevas que tienen poco que ver con Dios y todo que ver con la tecnología. Prometen todas las promesas y recompensas antiguas (felicidad, paz, prosperidad e incluso vida eterna) pero aquí en la Tierra, y con la ayuda de la tecnología, en lugar de después de la muerte y con la ayuda de seres celestiales.” Y sigue Harari con sus aseveraciones: “El credo más conservador del tecnohumanismo sigue viendo a los humanos como la cúspide de la creación y se aferra a muchos valores humanistas tradicionales…” Sin embargo, “el tecnohumanismo conviene en que Homo sapiens, tal como lo conocemos, ya ha terminado su recorrido histórico y ya no será relevante en el futuro, pero concluye que, por ello, debemos utilizar la tecnología para crear Homo Deus, un modelo humano muy superior. Homo Deus conservará algunos rasgos humanos esenciales, pero también gozará de capacidades físicas y mentales mejoradas que le permitirán siendo autónomo incluso frente a los algoritmos no conscientes más sofisticados. Puesto que la inteligencia se está escindiendo de la conciencia y se está desarrollando a una velocidad de vértigo, los humanos deben mejorar activamente su mente si quieren seguir en la partida.”
Las coincidencia entre Silicon Valley, como centro de investigación y desarrollo de las nuevas tecnologías, con la Fábrica de Robots y Hombres Mecánicos como centro de creación de nuevas máquinas robotizadas, son sorprendentes para entender que Isaac Asimov no iba mal encaminado en sus adelantos científicos, aunque sean desde sus creaciones literarias. Y lo que plantea Harari en “Homo Deus” encaja perfectamente en las corrientes del transhumanismo que, a su vez, encaja en las ideas que Asimov desarrolla en su mente futurista. Hasta tal punto es así, que Asimov pone en boca de Andrew, cuando exige que se le reconozca e identifique legalmente como “humano”, la afirmación: “Tengo la forma de un ser humano y órganos equivalentes a los de los humanos. Mis órganos son idénticos a los que tiene un ser humano con prótesis. He realizado aportaciones artísticas, literarias y científicas a la cultura humana, tanto como cualquier ser humano vivo. ¿Qué más se puede pedir?… Deseo ser hombre. Lo he deseado durante seis generaciones de seres humanos.”
Una coincidencia muy significativa entre Asimov y las ideas transhumanistas la encontramos en la afirmación que él mismo desarrolla en su narrativa, para justificar la humanidad de Andrew , expresando “que está a favor de una interpretación amplia de lo que significa humanidad, pues no hay ser humano existente que no desee una prótesis si eso puede mantenerlo con vida.” Pero, como ocurre en la sociedad científica y en la popular, en la obra de Asimov y en el mundo actual siempre hay quienes están a favor y quienes están en contra de esos procesos tecnológicos aplicándose criterios de ética humana y de intereses económicos.
Al final de “El hombre bicentenario”, Asimov acredita que es posible humanizar la máquina, logrando no sólo el reconocimiento, sino el funcionamiento tecnológico convertido en biológico; por lo tanto, después de vivir doscientos años, decide la muerte cerebral de Andrew.
Desde esta reflexión que he intentado mostrar, ¿cómo se pueden plantear, desde la realidad de los tiempos actuales, tantas coincidencias entre este avanzado de la ciencia, Isaac Asimov, y las corrientes de pensamiento transhumanistas que tanto Yuval Noah Harari como Antonio Diéguez describen valientemente?