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Laudatio de Francisco Javier Lucas

Laudatio llevada a cabo por D. Francisco Javier Lucas Martín (Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de Valencia y exdirector del Colegio de España en París), con motivo de la entrega a Sami Naïr del IV Premio Internacional Humanismo Solidario «Erasmo de Rotterdam».

SAMI NAIR. LA SOLIDARIDAD CRITICA

Sr Ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, Dr. Josep Borrell

Sr. D. Pedro Martínez-Avial, director general de Casa Árabe;

Sr. D. Francisco Morales Lomas, Presidente de Humanismo Solidario;

Sr. D. Federico Mayor Zaragoza, Consejero de honor de Humanismo Solidario;

Profesor Emilio Lledó, Premio Humanismo Solidario

Doña Eva Lucas, en nombre de Jose Luis Sampedro, Premio Humanismo Solidario

Laudatio

Profesor Sami Naïr, querido amigo

Autoridades,

Amigas y amigos,

Estamos aquí para celebrar a uno de los más prestigiosos intelectuales franceses y europeos, que es también, probablemente, el más español de los intelectuales franceses y europeos, como trataré de mostrar: nuestro admirado Sami Nair, ganador de la IV edición del prestigioso Premio internacional Humanismo Solidario, que lleva el nombre de uno de los grandes humanistas europeos y universales, Erasmo de Rotterdam. Se trata de un premio concebido para distinguir a las personalidades o instituciones que se han destacado por la defensa de los principios de solidaridad, interculturalidad, humanidad, dignidad y valores del ser humano en su obra de pensamiento, intelectual, creativa o literaria.

El jurado quiso hacer constar en el fallo su reconocimiento a “la labor creativa de D. Sami Naïr, su incansable trabajo como investigador, enseñante y divulgador en el ámbito de las actividades humanísticas, defendiendo en todo momento los valores éticos y de solidaridad, capaces de contribuir a la necesaria construcción del desarrollo y la dignidad de los pueblos y, muy especialmente, su compromiso para con los derechos de los inmigrantes. Todo ello, así como su fecunda aportación intelectual, desarrollada al margen de las corrientes coyunturales y marcada por su postura vital de contribuir, desde la educación, la cultura y la transmisión del saber, a la consecución de un mundo mejor y a la consolidación de los valores de solidaridad, interculturalidad, humanidad y dignidad que propugna y reivindica la Asociación Internacional Humanismo Solidario, le ha convertido en merecedor de este galardón”. 

Me corresponde la tarea de desgranar la argumentación de esos méritos, pues he sido invitado a pronunciar la laudatio.

Recordaré que, tras la Licenciatura en filosofía y sociología, estudió también Derecho y Economía. Se diplomó en la Ecole des Hautes Etudes, y obtuvo posteriormente el Doctorado en filosofía política y el Doctorado en letras y ciencias humanas.

Ha sido Profesor en la Wesleyan University, Estados Unidos (1971-1985), Profesor Titular Catedra Relaciones Norte-Sur, Université Lausanne (1992-94), Profesor visitante en la universidad Libre de Berlin y en la Humboldt, y en Paris VIII, donde obtuvo la cátedra de Ciencia Política. También, como recordaré luego, en un buen número de Universidades españolas.

Sami Naïr se formó en buena medida en una escuela que aportó nuevos elementos al significado de la noción de intelectual. Primero bajo el magisterio de filósofos como su maestro Lucien Goldmann, en La Sorbonne y luego Michel Foucault, que le llevó a trabajar con él en Paris VIII. Pero hay que añadir de inmediato que le influye  muy notablemente su relación con Jean-Paul Sartre y, sobre todo, con Simone de Beauvoir, quienes le reclutan como redactor de Temps Modernes, desde finales de los 70 hasta comienzos de los 90 (a partir de 1982 y hasta 1991 fue, además, codirector de la revista)

Fue precisamente un encargo de su gran amiga, Simone de Beauvoir, a Sami Naïr, para que elaborara un número monográfico de esa revista lo que, según el testimonio personal de Sami Nair, le condujo a los estudios sobre las migraciones, un campo en el que hoy es un referente obligado a escala mundial.

Sami Nair es un humanista solidario, de ambición universal y de talante crítico

Sin adscribirse a ningún <nosotros>, al menos en el sentido etno-cultural, Sami Naïr es un ejemplo de solidaridad activa con los más vulnerables. Es bien conocido su compromiso de más de cuarenta años con inmigrantes y con refugiados, su defensa de sus derechos, de su causa, a la que ha dedicado lo mejor de su inteligencia y capacidad de trabajo. Y mucho, muchísimo tiempo. Una dedicación que le ha llevado del terreno académico al político y que está salpicada de gestos de generosidad que se niega a hacer públicos; algo que no traicionaré, aunque me gustaría que se conociesen.

Sami conoce los problemas reales de inmigrantes y refugiados porque no los ha estudiado desde la comodidad del despacho, sino sobre el terreno, lo que incluye estudiarlos en origen.  

Este solidario universal está muy lejos del cosmopaleto y del ombliguista. Sin duda, Nair es un cosmopolita porque tiene el alma grande y su mirada no conoce las fronteras. Pero también es alguien, como explicare en seguida, con los pies en las tierras, bien arraigado.

Ombliguistas son aquellos que piensan que, habiendo tenido el privilegio de haber nacido en este o aquel país, en esta o aquella región del mundo, tienen el encargo de hacer de ello motivo de orgullo, de exhibición e incluso utilizarlo para señalar con el dedo a quienes, pobres desgraciados, no cuentan con lo que aquellos (contra toda evidencia racional) consideran una condición propia que les otorga un valor superior, una cierta supremacía. No practican la solidaridad, sino la limosna o, en todo caso, la compasión en su acepción más paternalista y degradada. Llamo cosmopaletos a esa otra categoría que, recuperando probablemente sin conocerlo el viejo elogio de corte menosprecio de aldea, nos martillea con sus elogios a cuanto provenga de la metrópolis de moda (antes, Paris; luego, Londres, N York, Toki, etc) sin detenerse a pensar su escasa trascendencia y su nula aplicabilidad fuera de aquel contexto.

Otros, como Sami Naïr quizá más realistas, pero sobre todo más ambiciosos, no sacan a pasear ese azar de la naturaleza que es el nacimiento como criterio de mérito y valor que les distingue frente a los menos afortunados (a su juicio, claro). Prefieren partir de ese su lugar en el mundo al que, por supuesto, no hay por qué renunciar, para abrirse al conocimiento de todo lo que hay más allá. Para conocer y entender que el mundo es ancho y ajeno y también un tesoro a compartir, si nos empeñamos en escuchar, ver, entender a cuantos, siendo otros, nos ayudan a entendernos mejor.

Es evidente que hoy no hace falta el viaje físico para abrirse al mundo, como ya sabían Montaigne o Kant, que no se movieron de Burdeos ni de la hoy ingrata Kaliningrado (antes Könnigsberg) y sin embargo estaban al día de todo lo importante. Aunque advierto que, pese a esa constatación, soy de lo que creen que, en la medida de las posibilidades de cada uno, viajar, sobre todo si no se trata de turistear, sino de desplazarse con los ojos y los oídos abiertos, viajar, insisto, ayuda.

Sami Nair es solidario y universalista también porque es un viajero, en el profundo sentido de ese buen modelo. Aunque pudiera parecer, examinado su inverosímil agenda, que es un personaje virtual, casi próximo a la ubicuidad, en realidad tiene sus pies en las tierras (sí, en plural) que ama: la Belfort de su infancia; la Lucy-sur-Yonne de la Borgoña feraz, la de Auxerre y la joya de Vézelay; los paisajes de Níjar y Cabo de Gata de la Almería de cegadora luz de sus queridos Juan Goytisolo y Angel Valente, y tantas otras tierras españolas, su patria de elección. Por cierto, ese fogonazo de luz del mediterráneo español me recuerda siempre el impacto que causan los chispazos de inteligencia con los que Sami Nair salpica cualquier conversación, y por eso creo que se le podría aplicar el estupendo verso de su querido René Char, “un relámpago que dura”.

Este arraigo plural en las tierras que ama convive en Nair con su afección incondicionalmente republicana por esa Francia que para muchos de nosotros es y será <nuestra segunda patria>, un aserto atribuido a Jefferson. El Presidente más francés de los EEUU, en efecto, podría haberlo dicho, pero como sabe Sami Nair que conoce a fondo la literatura, la poesía y el teatro franceses es el dramaturgo Henri de Bornier, quien pone en boca de Carlomagno “Tout homme a deux pays, le sien et puis la France”, en su drama La Fille de Roland –Drame en quatre acts en vers– (1875).

Sami Nair: la interculturalidad para la universalidad

Cualquier lector de la obra de Sami Nair y pongo por ejemplo la recopilación de una parte de sus ensayos en su monumental Europa mestiza, sabe que toma muy en serio el desafío de la interculturalidad. Desafío complejo porque la interculturalidad no es un hecho, sino una respuesta normativa, un proyecto político que tiene dimensiones sociales, educativas, jurídicas y políticas, que no se deben banalizar. Es hora de recordar la lección de Cassirer. El proyecto intercultural, como modelo de gestión de la diversidad, no es el apocalipsis al que nos acostumbró la parábola de la torre de Babel, que estigmatiza la diversidad lingüística (y con ella, la cultural) como una patología incompatible con la conservación y el progreso social. Asi lo ejemplifica, insisto, la lección de Yahweh al proyecto del rey Nemrod concretada en lo que el relato bíblico llama la “confusión de lenguas”, identificando así la experiencia de Babel, la diversidad lingüística, como un mal, sólo en su dimensión negativa.

Banalización a mi juicio es también la generalización de la genial intuición de Freud sobre el <narcisismo de las pequeñas diferencias>, que tanto se aproxima al pronóstico de Tagore, acerca de un mundo por llegar en el que the few are more than the many….

Pero banalización es también la versión de la interculturalidad como un fenómeno, natural, espontáneo, una arcadia feliz fruto de la espontánea y armoniosa convivencia de todas las culturas.

Sami sabe bien que la coexistencia (no digamos la convivencia) de individuos y grupos que se reclaman de universos culturales muy distintos y exigen el reconocimiento de esos universos simbólicos y de sus consecuencias prácticas, institucionales, normativas, no es tarea sencilla. Porque el respeto a la pluralidad, también a la pluralidad cultural, no puede ser incompatible con el mínimo de cohesión social que exige el consenso en torno a unos valores y principios que identificamos con los derechos humanos, concretados en la DUDH cuyo 70 aniversario acabamos de celebrar, aunque eso está lejos de resolver la cuestión definitivamente.

Sami Nair, Premio Erasmo de Rotterdam

Creo que se pueden encontrar en Sami Naïr no pocos de los rasgos que definieron al gran humanista Erasmo. Para empezar, a Sami se le puede aplicar la habitual caracterización de Erasmo, descrito como un hombre de naturaleza inquieta y viajera y de espíritu curioso, unidos, cito, a un incontrolable rechazo a todo lo que significara rutina, así como a cuanto significara autoritarismo.

Erasmo se rebela, solidariamente, contra el  tipo de disciplina aplicada a los jóvenes estudiantes que busca, en opinión de Erasmo, <quebrar su voluntad>, un rechazo frente al cual se solidariza con quienes así verán frustrados las posibilidades de desarrollar su propios ser, conforme al modelo socrático.  Son rasgos que nos explican no pocas de sus decisiones poco comprensibles, como la de declinar buena parte de los cargos que le ofrecieron; por ejemplo, pese al empeño de sus amigos Cole, Fisher y Thomas Moro, no quiso aceptar una cátedra vitalicia en el Queen’s College que le hubiera convertido en preceptor de príncipes. Porque lo que nadie consiguió fue quebrar la voluntad de Erasmo. Y bien, prueben a quebrar la de Sami Nair.

Sami es heredero de Erasmo, como europeo de fuste. Si Erasmo es uno de los “padres fundadores” de esa extraordinaria simiente del humanismo, del espíritu crítico, de la libertad y de la fuerza de la razón, que es el mejor patrimonio de Europa, Sami ha contribuido a defender y sostener en el debate académico, intelectual, político, esa Europa abierta, crítica consigo misma y por ello capaz de proyectar ideales universales, incluso en estas horas sombrías que vivimos hoy. Y ello pese a que haya quien leyendo superficialmente a Sami o a lo que se le atribuye (que es la carga de la fama), pueda espetarle lo que dicen que lanzaron contra Erasmo, como supuesto padre de Lutero: “Usted puso el huevo y Lutero lo empolló». Seguro que Sami, con su ironía habitual, respondería lo que Erasmo: «Sí, pero yo esperaba un pollo de otra clase».

A mi juicio, cualquiera con un mínimo de formación y un dedo de frente sabe que Sami Nair es uno de los referentes mundiales de la lucha contra el racismo, contra el eurocentrismo, a favor de la gestión universalista de la diversidad cultural (Europa mestiza), comprometido con la causa del pueblo palestino, un pueblo que, como escribiera el gran poeta Mahmud Darwish, tiene un mapa de ausencia.

Se atribuye a Erasmo el aserto “la felicidad consiste en contentarse con la propia suerte, en querer ser lo que uno es”. Claro, me dirán, contentarse con querer ser Sami Nair, no está nada mal como suerte en la vida, aunque lo cierto es que Sami se ha labrado esa suerte con un esfuerzo tenaz, no la encontró como regalo.

 Yo, salvando las distancias y permítanme la inmodestia, me contento pensando que me puedo aplicar esto otro de Erasmo: “No hay posesión más valiosa que el verdadero amigo”. Erasmo tuvo al valenciano Juan Luis Vives. Sami, doctor honoris causa de la Universitat que lo fue de Vives, tiene buenos amigos en el claustro de profesores de Valencia: los represento con mucho gusto en este acto y agradezco muy sinceramente a la fundación que me haya ofrecido el regalo de pronunciar esta laudatio.

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