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La Ideología Medioambiental: El Cambio que se Avecina

Autora: Fuensanta Martín Quero

La ideología Medioambiental: El cambio que se avecina

Asistimos hoy a una extraordinaria novedad de la que somos testigos históricos, al surgimiento de un fenómeno antes no visto: el auge de la ideología medioambiental como motor de cambio.

Ya sabemos que el mundo está en permanente cambio, una constante evolución que se ha ido y sigue produciendo en los diferentes elementos que lo configuran y definen: su fisonomía, su geología, las especies que lo habitan, los cambios físicos y cognitivos de la raza humana, los aspectos sociales, económicos, políticos y culturales de las sociedades conformadas por esta, las divisiones políticas de los territorios, el destino a que son sometidas artificialmente enormes superficies terrestres derivado de los sistemas de producción, etc. Pero con la Revolución Industrial acontecida desde la segunda mitad del siglo XVIII en Europa (extendida también durante el siglo XIX a otros lugares como Estados Unidos y Japón) hasta la Primera Guerra Mundial, se encendió la chispa que propulsó la aceleración de cambios profundos que afectaban y afectan a todos los aspectos que conciernen al mundo en el que vivimos. Una aceleración que se ha incrementado exponencialmente conforme el progreso tecnológico posterior se ha ido extendiendo en cada esfera de la vida.

        Los adelantos tecnológicos y científicos y sus múltiples aplicaciones nos proporcionan innumerables beneficios, por ejemplo en el ámbito de la medicina o en el de las comunicaciones. Sin embargo, el uso indiscriminado de la tecnología en los sistemas de producción, bien como instrumento o bien como objeto de los mismos, sin control ni previsión en cuanto a sus posibles efectos indeseables, ha provocado una vulneración negligente y perniciosa de las leyes de la naturaleza que, no lo olvidemos, son las mismas que nos rigen como especie integrante del planeta Tierra. La degradación y eliminación de los recursos naturales como consecuencia de una industrialización salvaje, por ejemplo, no es algo baladí. De ellos depende la supervivencia de todos los seres vivos, incluida la especie humana. Sin embargo, los enormes intereses económicos que operan de forma globalizada han acelerado desgraciadamente la formación de lo que ya se empieza a percibir más nítidamente como “planeta vertedero”.

        Por otra parte, la Revolución Industrial, que trajo consigo un modelo productivo que permitió el aumento considerable de la producción mundial y dio lugar a la sustitución de una sociedad estamental por una sociedad capitalista dividida en clases, tuvo como reverso una nueva forma de esclavitud de seres humanos. Frente a una burguesía cada vez más enriquecida, propietaria de las fábricas, maquinarias y compañías mercantiles, nació un proletariado urbano procedente mayoritariamente del éxodo masivo de campesinos a las ciudades, lo que dio lugar a un hacinamiento de esta población que vivía con carencias higiénicas y de espacio y que era sobreexplotada por los dueños de los medios de producción en condiciones penosas, con largas jornadas de trabajo (hombres, mujeres y niños) a cambio de salarios ínfimos. Esta burguesía industrial se fue enriqueciendo y, a medida que su poder económico y social se hacía mayor, el sistema capitalista se fue afianzando gracias, entre otros factores, al control que ejercía sobre la propiedad y la industria y a la disponibilidad de una mano de obra abundante y explotada. La pobreza y las duras condiciones laborales y de vida de los obreros urbanos constituyeron el germen del surgimiento de ideologías que sirvieron de base a la posterior formación de partidos políticos y sindicatos cuyo objetivo principal estaba dirigido a la consecución del bienestar social de los trabajadores, usurpado de forma inmisericorde por los propietarios de las riquezas y por los gobiernos que muy a menudo se convertían en sus brazos políticos. Lo que nos da que pensar, dicho sea de paso, que en este sentido no se ha evolucionado mucho.

        Durante el siglo XX la evolución del capitalismo comenzó a basarse en el modelo consumista como estrategia de expansión. Las industrias producen grandes cantidades de bienes para ser consumidos mayoritariamente por la población empleada en las mismas y por otros trabajadores, y de esta forma sus propietarios obtienen importantes beneficios. Para ello es imprescindible fomentar el consumo mediante una publicidad feroz (sin que aparentemente lo parezca) y permitir que el poder adquisitivo de los consumidores (es decir, fundamentalmente de los trabajadores) se eleve lo suficiente para que puedan gastar. Este círculo continuo se ha ido sofisticando al introducir nuevas estrategias como la aplicación premeditada de la obsolescencia programada de los artículos producidos, que provoca su sustitución anticipada, o la ingente diversificación de los mismos y la creación en la población de necesidades ficticias de consumo. Todo ello ha redundado en un modo de vida que gira en torno a esas estrategias cuya diana se sitúa en el eje producción-consumo-dominación. La sobreexplotación de la naturaleza para conseguir estos objetivos y la mentalidad dominante entre los productores y buena parte de los consumidores de depositar en los hábitats naturales los desechos de este círculo pernicioso han llevado de forma inexorable al desastre ecológico generalizado conocido por todos.

Cuando en la segunda mitad del pasado siglo las mejoras sociales conseguidas en los países industrializados parecían haber alcanzado niveles muy aceptables para una gran mayoría de ciudadanos y ciudadanas (lo que no quiere decir que se erradicaran amplias zonas y colectivos de pobreza), las recesiones económicas acaecidas en los últimos tiempos han mermado considerablemente el denominado estado del bienestar que protegía a una buena parte de la población de dichos países, menoscabando además sus expectativas de futuro no solo por los efectos intrínsecos de las sucesivas crisis, sino por el oportunismo que de las mismas han llevado a cabo los que han ostentado el poder económico y político. En medio de este brusco reposicionamiento del establishment, que no deja de ser cainista, las catástrofes naturales han ido irrumpiendo cada vez con mayor virulencia en el escenario terráqueo con un lenguaje sin ambages que resulta cuanto menos desasosegante. Porque, efectivamente, la naturaleza utiliza su propio modo de expresión con el que se rebela manifestando su agotamiento y el caos que la especie humana le está infligiendo y con el que nos advierte de su perecimiento, que no es más ni menos que el nuestro propio. Hay voces que apuntan a que la actual pandemia que está sufriendo nuestro planeta, provocada por el SARS-CoV-2, es fruto de este caos medioambiental. Pero no solo ha tomado protagonismo este coronavirus. La primatóloga, etóloga, antropóloga y activista medioambiental británica Jane Goodall, en una reciente entrevista realizada por Ana Fernández Abad el 21 de junio de 2020, ha expuesto la siguiente explicación de suma importancia para la comprensión de la actual pandemia:

“Es verdad, estamos deforestando el mundo a gran velocidad y desaparecen áreas donde hay una gran biodiversidad. A medida que destruimos los bosques los animales entran en contacto con especies con las que normalmente no interactuarían en absoluto y algunos virus y bacterias saltan de una a otra. Pasan de una especie donde probablemente han estado cientos de años sin hacer daño a nadie, y al llegar a otro animal aparece una nueva mutación del virus. Normalmente es un animal que ha sido infectado, que se transforma en un reservorio del virus. Y los animales están forzados a vivir más cerca de la gente, porque están perdiendo sus tierras, por lo que esos virus pueden pasar a los humanos. El problema no es solo que no respetemos el medio ambiente, sino que no respetamos a los animales: los cazamos, los matamos, los comemos, traficamos con ellos. Muchos acaban en mercados de animales vivos en Asia, donde estas diferentes especies están juntas en situaciones estresantes y antihigiénicas, porque suelen matarlas en ese mismo sitio, y de esta manera el comprador y el vendedor pueden llegar a ser contaminados por uno de estos virus. Creemos que la covid-19 comenzó en un mercado de Wuham; el SARS apareció en otro de estos mercados de carne en otro lugar de China; la epidemia de VIH-sida surgió en un mercado de carne de animales silvestres en África, donde los chimpancés eran cazados y matados para venderlos como alimento; ahora hay una enfermedad llamada MERS, cuya infección se transmite por el contacto con un dromedario domesticado, y adicionalmente existen varias enfermedades que han pasado a los humanos a través de los animales de nuestras granjas de cría intensiva, que son una verdadera pesadilla.”[1]

        Cuando Greta Thunberg se dirigió en el mes de septiembre del pasado año a los líderes políticos de las naciones participantes en la Cumbre Climática de la ONU celebrada en Nueva York increpándoles con un “¿cómo se atreven?”, se convirtió en ese momento en portavoz del Planeta. Su voz y sus palabras fueron la voz y las palabras de la Tierra: “¿Cómo se atreven?”. Gobernantes que en teoría representan a los que soberanamente ejercemos el derecho al voto, pero que a menudo dejan la sombra de la sospecha tras de sí cuando no actúan o lo hacen con demasiada tibieza ante realidades tan obvias y acuciantes.

        Al igual que las activistas citadas, miles y miles de personas y, particularmente, miles y miles de jóvenes de todas partes se hacen eco cada vez con mayor fuerza de esa voz de nuestro planeta que ya se ha convertido en grito y en exigencia. Estoy convencida de que las nuevas generaciones van a protagonizar un movimiento de empuje propulsor del cambio. Quiero ser optimista. En esta etapa histórica a la que pertenecemos, la ideología medioambiental está emergiendo de forma importante como lo hicieron durante el siglo XIX las ideologías relativas a la lucha de clases que buscaban suprimir el trabajo esclavista y las penalidades  padecidas por los trabajadores industriales y por los campesinos pobres.

        Por otra parte, la crisis actual de los partidos políticos tiene una raíz maldita asentada en la deriva que han tomado los integrantes de las organizaciones políticas, sean del signo que sean, al establecer como prioridad principal de sus objetivos la consecución del poder, lo que provoca un distanciamiento con la ciudadanía que ve con estupefacción cómo sus problemas reales pasan a ser a menudo de segundo orden para los dirigentes y aspirantes a dirigentes. Esta situación de descrédito de los partidos políticos actuales se ve alimentada por métodos poco limpios llevados a cabo por algunos de ellos, como la propagación continua de las denominadas fake news, las burdas mentiras, las descalificaciones personales o la ausencia reiterada de consenso en cuestiones relevantes para la población, así como por una corrupción de fondo que aflora con frecuencia; lo que pone en entredicho a menudo la solidez de sus fundamentos ideológicos, incluso la existencia real de estos. Pese a ello, las ideologías, al margen de la politización que se haga de las mismas, forman parte del pensamiento humano. Razón por la cual podrán ser utilizadas de forma maquiavélica, pero su núcleo, sin embargo, nunca podrá ser adulterado. Principios fundamentales como la igualdad de todos los seres humanos o el derecho a la vida, entre otros, conforman el basamento de una ideología indestructible, por mucho que se atenten contra ellos, que siempre (repito: siempre) constituirá un acicate para la movilización de la población más desfavorecida o perjudicada en sus derechos elementales y por la que toma consciencia de ellos. En la actualidad lo vemos a diario en los medios de comunicación.

        Pero junto a esta ideología de base asistimos hoy a una extraordinaria novedad de la que somos testigos históricos, al surgimiento de un fenómeno antes no visto: el auge de la ideología medioambiental como motor de cambio. El inicio del movimiento ecologista se sitúa en los países de Occidente entre las décadas de los 70 y los 80 del pasado siglo, si bien hay que encontrar sus raíces en las dos décadas anteriores como consecuencia de la sucesión de algunos desastres medioambientales (por ejemplo, la contaminación que sufrió en 1954 la tripulación de un barco atunero japonés por la radiactividad de una prueba de bomba de hidrógeno de Estados Unidos) y la aparición de obras que comenzaron a establecer las bases ideológicas de dicho movimiento. El libro Primavera silenciosa, de la bióloga marina Rachel Carson, publicado en 1962, puso el foco de atención en la contaminación provocada por las industrias químicas.  A este le sucedieron publicaciones de otros autores como Paul R. Ehrlich (The Population Bomb) que acrecentaron la preocupación por los problemas medioambientales. El movimiento ecologista desde sus orígenes se ha caracterizado por su heterogeneidad en el enfoque dado. Por ejemplo, el ecosocialismo (socialismo y ecologismo) defiende que el sistema capitalista es dañino tanto para el medio ambiente como para la sociedad y considera necesaria una distribución equitativa de los recursos naturales, puesto que estos son limitados; o la interesante perspectiva del ecofeminismo que aborda el ecologismo dentro de la corriente feminista, integrándolo en esta al considerar al patriarcado como modelo de dominación tanto de las mujeres como del medio ambiente, siendo responsable de su explotación y de los efectos perniciosos derivados de la misma, por lo que defiende un profundo cambio positivo en las relaciones entre hombres y mujeres y de estos con la naturaleza. Sin embargo, todas las vertientes del movimiento ecologista se sustentan en una raíz ideológica común: la reducción de la contaminación, la regeneración y preservación de los recursos naturales, la conservación del planeta y la integración del ser humano en el mismo mediante una vida saludable (que incluye la mejora de la vida urbana) y en armonía con la naturaleza. No hace falta ser muy avispado para intuir que el evidente y notorio cambio climático y sus efectos devastadores que están colapsando nuestro planeta sirven de revulsivo para que en el momento histórico actual esa ideología medioambiental preexistente, en convivencia con la que propugna la defensa de los derechos humanos fundamentales, va a ser la que protagonice las luchas, las movilizaciones y las transformaciones socioeconómicas que estas persiguen, de manera similar al papel desempeñado por los movimientos obreros de los siglos XIX y XX que, empujados por las condiciones esclavistas a las que estaban sometidos los trabajadores, abanderaron unas premisas claves procedentes de ideólogos de peso que con el tiempo pasaron a formar parte de la historia del pensamiento universal.

        Las generaciones más jóvenes y las venideras tienen todo un reto por delante y cada vez son más activistas y más conscientes de que su futuro (y su presente) depende de los cambios que se realicen en el modelo productivo actual. Estas generaciones sienten ya la inmediatez del caos ecológico al tiempo que se les están bloqueando sistemáticamente para acceder al mercado de trabajo con una edad razonable y en condiciones dignas, lo que da lugar a un modo de vida insostenible en el tiempo; por ello, estoy convencida de que protagonizarán el empuje social imprescindible que conduzca hacia la transformación necesaria para revertir el desalentador desastre provocado en la naturaleza por un modelo productivo obsoleto y cruel con la misma y con la población.

        Dice Jane Goodall en la entrevista citada:

“Basta con observar lo que ha ocurrido como resultado del confinamiento provocado por el coronavirus: los cielos han vuelto a ser azules, las empresas no han emitido dióxido de carbono… Desafortunadamente, no tengo demasiadas esperanzas en que esto cambie de momento. Pero por otro lado pienso que miles de personas que quizá han respirado aire limpio y visto las estrellas brillar por la noche por primera vez en sus vidas no van a querer regresar a los viejos hábitos contaminantes. Confío en que haya tal aumento de gente crítica en todo el mundo que provoque que las empresas y los gobiernos vean que tienen que cambiar.”[2]

“…si no mantienes la esperanza, si sientes que nada de lo que haces va a cambiar las cosas o que nada de lo que otros hacen va a marcar la diferencia, ¿entonces por qué molestarse? Te rindes, no haces nada, solo te queda disfrutar de la vida que tienes el mayor tiempo posible. Eso sería el final del planeta.[3] 

        Cabría añadir que la paralización de la economía de los países y la importante crisis económica arrastrada por la crisis sanitaria de la pandemia actual de la COVID-19 no es un fenómeno puntual, sino que puede convertirse en una lacra de continuas oscilaciones provocada por otras posibles pandemias venideras (tal como ya auguran científicos de todo el mundo), lo cual supone una amenaza real contra el propio sistema capitalista. Los poderes económicos y políticos deberían tener en consideración esta posibilidad que ya es palpable y abrazar la ideología medioambiental adoptando de manera inmediata las medidas necesarias para la regeneración y conservación de nuestro planeta si quieren evitar el suicidio del capitalismo. La adaptación del mismo al ecologismo permitiría su supervivencia, pero en una versión compatible con la vida del planeta y de la humanidad. En este sentido, en la actualidad el mundo se encuentra en un punto de inflexión que produce vértigo o esperanza, según el rumbo que se elija.

La ideología medioambiental se deberá asumir por todos, sí o sí, para poder conservar la vida de nuestro planeta, que es nuestra propia vida. Las grandes compañías, las multinacionales, los dueños de las macroempresas y de los sistemas productivos, así como los gobernantes, deberán dar un giro radical y sin demora en los modos de producir y de dirigir las políticas, respectivamente, aunque sea desde dentro de un capitalismo que provoca profundas desigualdades. Eso o la nada. Aunque todos nos tenemos que involucrar de forma inexcusable, al fin y al cabo solo un puñado de seres humanos son los mayores responsables de esta catástrofe medioambiental que ya se sufre de forma considerable. Dicho de otra forma: puestos a elegir, no importa tanto que los ricos sigan siendo ricos con tal de que su avaricia extrema no menoscabe los derechos fundamentales de la población mundial ni asfixie la vida de todo un planeta.


[1] Goodall, J. (2020, junio 21). “Jane Goodall: «No voy a dejar que tipos como Trump y Bolsonaro me hagan callar. Moriré luchando»” (Fernández Abad, Ana). Suplemento SModa del periódico El País.

Consultado el 23 de junio de 2020: https://smoda.elpais.com/moda/actualidad/jane-goodall-no-voy-a-dejar-que-tipos-como-trump-y-bolsonaro-me-hagan-callar-morire-luchando/

[2] Ídem ant.

[3] Ídem ant.

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